La utopía que
anunciaba el marxismo de reducir la jornada de trabajo fue desdeñada por el
propio Marx como Ideología porque se oponía a la realidad y solamente se podría
entender en una sociedad desarrollada científica y tecnológicamente que
permitiera al ser humano dedicarse al libre ejercicio de su propio desarrollo.
Es indudable que este debate fue superado cuando “el fin del trabajo” se
encontró con economías no solamente socialistas sino capitalistas que exigían
el trabajo humano como alternativa para salir de las crisis y devaneos que
impone el sistema financiero mundial donde los desequilibrios económicos se
tratan de superar con la política de mayores endeudamientos, despidos y
reducción de salarios.
No hay nada más
humano que el trabajo. No podría entenderse la relación del hombre con la
naturaleza sino fuese mediante el trabajo. Un día me corrigió el eminente
jurista Antonio Espinoza Prieto: Fabián no debemos hablar del trabajo como
hecho social sino como acto social porque se trata del individuo que por su
inteligencia crea y formula soluciones. En realidad, la inteligencia se mide
por la capacidad del hombre para resolver problemas y no podríamos imaginarnos
a un hombre contemplativo cuando hay tantas cosas que crear. El “derecho al
ocio” no tiene cabida en la sociedad humana porque el hombre dejaría de ser tal
si no continuara construyendo, creando, curando, creando nuevas formas de
ciencia y tecnología y en definitiva disfrutando en su contacto e interacción
con la naturaleza y con los propios hombres mejorando las condiciones de la
vida.
De otra parte,
falta tanto por hacer, en los países llamados desarrollados crece el capital a
costa del trabajo humano y a veces del desempleo para reducir los pasivos
laborales, como lo enfrenta buena parte de Europa en estos momentos. A quien
puede ocurrírsele que podemos entrar en un proceso de reducción de la jornada
de trabajo, cuando lo que está plateado es invitar, motivar y organizar el
trabajo para salir de la miseria en la que viven las grandes mayorías. Por
supuesto, el mundo del capital debe entender que si el trabajo es lo que
produce la riqueza, ese trabajo debe ser bien remunerado.
Hay que
ofrecerle a nuestros hijos una educación que les permita participar orgullosos
en la construcción de una sociedad avanzada científica y tecnológicamente, pero
primero debemos enseñarle la disciplina del trabajo para conocer de donde viene
y como se produce el alimento el vestido, la vivienda y la solución de tantas
necesidades. Yo espero que en varias décadas nuestros trabajadores superen la
vida indigna que los somete una relación injusta donde apenas tienen para mal
comer. Hay que enseñarles a vivir, el primer paso es a disfrutar el trabajo
como un hecho noble y a defender su remuneración, luego a participar en una
nueva organización social que le abra paso al esfuerzo humano para contar con
la riqueza que debe repartirse de manera justa y equilibrada, pero no debemos
incrementar la remuneración por cuatro horas barriendo un calle, cortando el
monte y haciendo tareas que hieren la nobleza del espíritu humano. Hay que
comprar equipos que nuestro presupuesto puede alcanzar y hay que darle a la ran
masa de hermanos la posibilidad de compartir el estudio con el trabajo como el
verdadero acto de creación.
Establecer una
reducción de la jornada en los términos planteados es sumirnos más en la
miseria. Debemos legislar para ser más hombres no para ser más esclavos.
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